Editorial Shangrila

Serie [encuadre]

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Las imágenes mecánicas de la fotografía son cortes instantáneos en el mundo visible que cuartean la realidad aparentemente compacta de la percepción cotidiana en una infinidad de pequeños fragmentos. Son cápsulas de tiempo congelado que se hallan a la espera de espectadores emancipados capaces de detectar los síntomas de vida que laten en su interior y reaccionar en consecuencia.

Las relaciones entre la fotografía y el universo concentracionario son prolijas y complejas. Es cierto que se ha publicado mucho sobre los horrores del nazismo, pero también lo es que hasta fechas recientes no se han analizado y tratado las imágenes con el esmero exigible a un documento histórico. Se han confundido periodos o mezclado deliberadamente etapas en busca de una rotundidad expresiva que sensibilizase al lector, vaciando las imágenes de la temporalidad concreta que las irriga; privándolas de su fragmentariedad para conferirles una completitud ilusoria.

Las cinco secuencias fotográficas analizadas en este libro datan de una misma horquilla temporal, entre abril y agosto del 44, en cuyo epicentro se ubica la conocida como «Acción Húngara», en la que fueron deportados a Auschwitz casi medio millón judíos; todas, excepto las de la Escuadra Especial de Auschwitz, están realizadas en la periferia de ese acontecimiento invisibilizado que fue la matanza en las cámaras de gas de los campos de Polonia; todas, menos las cuatro capturas fotográficas del Sonderkommando y las fotos aéreas de los Aliados, que les sirven de contrapunto, son imágenes de perpetradores: llevan, por ello, incorporada de algún modo la mirada del ejecutor; no son inocentes ni están libres de expectativas y prejuicios. De ahí que sea necesario problematizar un uso naturalizado y pretendidamente «documental» de las mismas.

Si la crónica es la clase de relato en que se expone una serie de acontecimientos ordenados cronológicamente (en la mitología griega, Cronos personifica el tiempo secuencial y duradero), el ensayo, proclive desde sus inicios «a los cambios en la continuidad o a la continuidad en los cambios», como afirma el filósofo Hayden White, se nos antoja el modo narrativo adecuado para enhebrar una historia escandida por la fragmentariedad de sus instantes (o lo que es lo mismo, construida bajo la advocación del Kairós, el lapso indeterminado en que algo importante sucede): kairológica, más que cronológica. En esta tesitura, el ensayista, igual que el detective, está obligado a descifrar las señales de lo visible para procurarse un acceso a la verdad, reutilizando el archivo existente, aunando facticidad y ficción. Tratándose de imágenes ese acceso habrá de ser necesariamente estético.